Si el hombre será un lobo para el hombre, Candelario aspirará a ser Nerón para su propio imperio serrano, coronado aun por laurel de neveros y aroma de droseras. Como el cruel emperador romano, Candelario no pondrá reparos en asolar su sierra y contemplar complaciente el espectáculo de su destrucción. Después, si el buen gusto no lo impide, bailará (o esquiará) sobre su tumba.Por derecho de pernada y de propiedad (es decir de sus pateadas por el monte y de sus papeles) Candelario se ha otorgado la facultad de fagocitarse, comenzando el canibalismo de primavera por el Calvitero, con virgen mariana que sus deseos desoiga.El antiguo pueblo chacinero hipoteca su entorno cada vez que alza voces pancartarias y en complot pretende "matar" al mensajero de su propia prosperidad, que no va a llegar de la entraña antropológica de sus habitantes sino del altruismo de "Espacios Naturales". El pueblo testamentará las deudas que contraiga con la naturaleza a nietos y bisnietos para que nada recuerden del emporio del paisaje, como nadie hoy recuerda nada del emporio de los chorizos.Dispuesto está este Candelario, remanente y previsible, a rasgar el decorado que le acoge pervirtiendo el fondo montano que, de Núñez Losada a Agustín Segura, los pintores amaron; y aun, sin dones de artista, a cualquier ojo deleita. Candelario se pone su montaña por montera y la lanza al azar de la superstición taurina que, posada boca arriba o boca abajo, sólo puede preconizar la tragedia de hacerle una faena a la naturaleza, una estocada en pleno corazón de la sierra: Traviesos, Hornillos, Calviteros, Goteritas y Cejas para el recuerdo. Estoquearla y descabellarla con ruido de fiesta, palmas y pañuelos para que de esta montaña no quede más que una memoria desollada de vieja nobleza.De suicidios colectivos está jalonada la historia reciente de Candelario, que no nos da espacio para la sorpresa ni para la esperanza. El pueblo vecino no esperó al asentamiento del siglo XX para dilapidar su industria embutidora y jamonera, prefiriendo las largas jornadas y los cortos jornales en El Navazo y Navahonda a seguir patroneando sus casas-fábrica: mitad arte, mitad negocio, cerradas para siempre las ventanas correderas al viento de conveniencia. Poco le importó dejar de ser patrón y empezar a ser marinero desentendido de sus consecuencias naúfragas, en la más preclara y agónica muestra del conservadurismo rural. Ninguna lágrima se derramó por los "tíos Rico" ni por los choriceros goyescos que daban a Carlos III la mano con grasa de pimentón y calabaza, ningún desvelo cuando al último traje sentido de Candelaria lo deshilachó la muerte. Como no habrá reproche alguno, ni mutuo ni ajeno, a esta confabulación vecinal contra la madre montaña, agua de su agua, viento de su viento, abriendo las puertas y las batipuertas a un magnicidio en ciernes que esa estación de esquí desatada provocaría.Como el vino, y aun el tabaco, los beneficios que la moderada Covatilla (consumo de montaña) nos pueda estar otorgando se trasforman, al repetirse y ampliarse desaforadamente, en vicio y perjuicio; y ya sabemos que para consumidores obsesos no hay ley ni normativa que logre templanza. Siendo desmérito notable hacer de un buen servicio vicio, lo supera el repudiar al benefactor que en sesión plenaria de Ayuntamiento modernista anunciaba un futuro de respeto y normativas que pusiera a la comarca candelariense a la altura comunitaria del mundo.Es previsible, con esta panorámica de desatinos, que nadie precipitará una lágrima por la Sierra de Candelario si el proyecto que alientan los hosteleros algún día es realidad. El único llanto despeñado seguirá siendo el que el deshielo (si no se le ponen trabas artificiales) gotee canales abajo, pero cuando vuelvan a bajar las regaderas henchidas de sangre no será porque las matanzas hayan vuelto con diciembre al Barrio de los Perros, sino el manar de la herida traicionera que le espera a la sierra.Será momento de escuchar sentenciar al Cristo del Refugio: "perdónalos, Señor, porque no saben lo que tienen". |